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Fortune's Fools
Aquí tienes el principio del relato tal y como se publicó en su día, y debajo mi traducción.
¡Que la disfrutes!
Traducción
Los títeres del destino
Un emocionante relato de la era oscura: un cuento sobre lobos que eran hombres y hombres que eran lobos. La historia de un mercenario provenzal y una bella mujer que eran los títeres del destino.
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Cabalga un hombre solitario
Fría como el hielo de los polos, fina y aguda como la lógica de un sofisticado erudito la luz de la luna caía desde esmalte azul del cielo. Una riada de luz argéntea que dejaba una capa de plata sobre las ramas de los árboles. En la roca y en la escasa hierba helada, había un millar de brillantes reflejos de las estrellas que relucían como diamantes en contraste con el morado de los cielos, y que daban destellos cegadores desde las millones de de diminutas caras de la escarcha. Tan intenso era el frío que en las lagunas el hielo dos veces congelado se rompía y formaba fisuras como telas de araña y emitía chasquidos agudos que sonaban como latigazos. Las hojas secas y muertas que pendían de las ramas de los robles como cadáveres colgados de cadenas chocaban unas contra otras con un suave crujido como el del pergamino cuando se arruga. Las pezuñas de un caballo golpeaban la tierra congelada como si fueran los adoquines de una calle pavimentada.
El jinete echó los hombros hacia adelante para protegerse del viento y soltó las riendas en la silla para dar palmadas y así restablecer la circulación estancada. Estaba envuelto desde la coronilla hasta los tobillos en una prenda casi sin forma hecha de piel de oveja con la lana hacia dentro, una especie de sobretodo ancho con un capucha que cubría sus facciones como una cogulla cubre la faz de un fraile. Sus piernas iban dentro de unas botas de piel española con unas espuelas de latón en forma de estrella en los talones. Detrás de su rodilla izquierda se balanceaba la vaina metálica de un mandoble. Las palmadas que iba dando aumentaron el tempo hasta dar el ritmo de una canción:
Nicolete o le gent cors,
Por vos sui venuz en bos…
Su voz corrió por las tierras heladas y resonó entre las desoladas copas de los árboles:
Bel compaignet
Dieus ait Aucassinet…
Como un eco de su última nota escuchó una voz que le contestaba, pero no cantando. Era afilada como un cuchillo, llena de terror, aguda y penetrante, descontrolada, desesperada, el grito de alguien que tiene la terrible certeza de la muerte cercana, pero ofrece una última plegaria desesperada para pedir ayuda, a pesar de no tener esperanzas de recibirla.
Como una silueta de un espectáculo de sombras contra la fría efulgencia de la luna, una figura atravesó corriendo la colina. Corría tan ligera y con una gracia tal que el caballero podría haber jurado que sus pies apenas rozaban las rocas cubiertas de escarcha. Pero mientras observaba, vio al corredor tropezar y trastabillar para luego volver a correr, aunque más despacio, con menos seguridad al pisar. La fugitiva se cansaba rápidamente.
De repente un largo y escalofriante aullido sonó desgarrando la tranquilidad de la noche, y por la colina corrieron tres formas peludas, con grandes mandíbulas, la lengua fuera y los ojos brillando con una luz verde, como si los consumiera el fuego de la envidia. Si la presa corría como si cabalgara sobre el viento, los cazadores se movían como nacidos del rayo, y cada zancada que daban acortaba más el corto espacio que se extendía entre ellos y su presa. Estos no eran perros de caza, no eran sabuesos. El jinete espectador conocía su grito, no por nada había estado cazando en los bosques de Languedoc.
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